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Nota ideologías_Cristian

 

La  reciente compra de Twitter por parte del multimillonario Elon Musk  fue una acción que, para muchas personas, resultó ilógica al mercado. Lo fue porque a pesar de la importancia comunicacional que puede tener esta plataforma en términos de influencia en la opinión pública, su valor bursátil estaba muy alejado de la cifra de compra – 44 mil millones de dólares -. Es decir, Twitter no fue comprada en relación a las fuerzas de equilibrio del mercado – oferta y demanda – , sino en relación a intereses más específicos y hasta contrarios a estas.

La importancia de esta compra puede leerse en términos políticos más que económicos. Entre los intereses de Musk está el de “devolver la libertad de expresión” a Twitter. Pero ¿Cómo puede ampliarse esa libertad cuándo ahora dependerá de la perspectiva de una sóla persona?. Justamente, una de las mayores preocupaciones con respecto a éste hecho fue la excesiva concentración y el esquema monopólico que implica. Un espacio con tanto poder de influencia y en el cual se pueden vulnerar varios derechos humanos, no debería estar a merced de la decisión y control de una sola persona.

Es en este debate que resuenan las preguntas, ¿Cuáles son los intereses de quienes controlan las plataformas que usamos? ¿Qué ideologías se debaten en torno a las tecnologías? ¿A quién conviene esta concentración de información y empresas en pocas manos?

Para responder, es necesario entender lo que tanto pensadores de derecha como de izquierda están analizando como un posible poscapitalismo tecnológico y que ha sido denominado como tecnofeudalismo. El tecnofeudalismo es considerado como un posible estadio en la historia diferente al capitalismo como lo conocemos y que incluso va en contramano de éste,  ¿Por qué? porque en lugar de superarse hacia un capitalismo aún más abierto y liberal, se cierne en torno a un mercado más monopólico y cerrado.

 

El surgimiento del tecnofeudalismo

El tecnofeudalismo empieza desde hace poco menos de una década, cuando las grandes empresas tecnológicas – Google, Facebook, Amazon, Apple – empezaron a crecer tanto en sus capitales como en diversificación de sus propias cadenas productivas. Estas empresas dejaron de tener una única plataforma o producto para convertirse en poco tiempo, en grandes conglomerados, como Alphabet y Meta, que tienen control exclusivo sobre diferentes tipos de tecnologías. Estos conglomerados se convirtieron en ecosistemas completos que funcionan a través de la plusvalía de nuestra información, es decir, los datos personales.

En gran medida, este modelo corporativo ya existía hace mucho a partir de empresas que se adueñan de marcas y crean empresas más pequeñas, convirtiéndose en corporaciones de gran tamaño. No obstante, la diferencia en la era digital es que los conglomerados tecnológicos tienen dos capacidades adicionales: por un lado, pueden crear ecosistemas en torno a sus propias compañías al controlar tecnologías que pueden ser complementarias, por el otro y más importante, generan un sistema de dependencia y explotación a partir de la recolección y aprovechamiento de datos personales, los cuales generan una personalización que dificulta salirse de esos ecosistemas. Por tanto, los usuarios se vuelven parte de estos ecosistemas a través de un sistema basado en su consumo, el cual genera valor  no sólo a través del dinero que gastan, sino esencialmente, a través de los datos personales que proveen.

El tecnofeudalismo es  la creación de estos ecosistemas que son cada vez más cerrados, monopólicos y controlados de manera unilateral. Hoy la jerga marketera ha empezado a denominarlos metaversos y venderlos como la próxima tendencia, pero en sí son mundos enclaustrados en los cuales, una sóla empresa pone las reglas de juego. Los usuarios que busquen habitar en estos “metaversos” deben ceñirse a esas reglas – algoritmos y condiciones de uso – a cambio de ser parte de los mismos. Aunque aún persiste la idea de libertad individual y libre competencia, en gran medida ésta es reducida a un puñado de metaversos que están regidos por sus propios códigos y con, posiblemente, mínima jurisdicción de las normas y regulaciones de nuestros gobiernos.

Entonces, la condición monopólica y control de la información de ese tecnofeudalismo genera más disparidades de poder entre usuarios y empresas, e incluso entre éstas últimas y Estados, los cuales tienen menos capacidad de regulación sobre los “metaversos”.

 

Las ideologías de internet

Detrás de ese mundo tecnofeudal, surgen al menos dos ejes o líneas de debate. Una en torno al mayor o menor control sobre la información y la otra en función a más acción privada versus mayor presencia del Estado. Es decir, ¿Qué tan abiertos y liberalizados deben ser esos ecosistemas? ¿Cuánto podría intervenir el Estado? ¿Quién realmente gobierna?

Así surgen distintas posturas. Una de ellas es el ultraliberarismo que en gran medida se acerca a un anarquismo capitalista. Esta postura defiende a ultranza las denominadas soluciones crypto  (Criptomonedas, web 3.0, etc.), la autoregulación de la libertad de expresión y que los individuos tengan la mayor libertad posible en internet. Esta perspectiva no es necesariamente crítica de las compañías tecnológicas, a pesar de que estas son las que más limitaciones podrían poner a sus libertades, pero entienden que a través de la propia tecnología podrían balancear las brechas de poder usando, por ejemplo, pasaportes o billeteras digitales en las cuales cada persona tenga portabilidad de sus datos personales. De ese modo, son las personas quienes controlan y dan su información.

Similar postura asumen los emprendedores tecnosolucionistas, grupo al cual podríamos incluir a Bukele, presidente de El Salvador. Estos en gran medida postulan la solución a distintas problemáticas como la pobreza o hasta el cambio climático a partir de más desarrollo tecnológico. En ese sentido, buscan dar rienda suelta a la “innovación” a través de mínima regulación, pero a cambio de un gran apoyo del Estado, por ejemplo  brindando capital semilla. Esta es la vieja ironía de Silicon Valley que  fue en gran medida impulsado por compras y fondos del gobierno estadounidense.

No obstante a estas perspectivas de lo tecnológico, surgen contramiradas que se posicionan sobre las dificultades de la autoregulación y el excesivo poder que tienen las empresas.

Los Gobiernos, organismos internacionales y algunas organizaciones de la sociedad civil, más alineadas con valores y principios liberales, como los Estados Unidos y la Unión Europea, miran con desdén estos monopolios tecnológicos por los riesgos que implican a las libertades y a los derechos humanos. Desde hace un par de años, han propuesto una serie de acciones regulatorias, y recientemente lanzaron su declaración para el futuro de internet. Por detrás, por supuesto, está el propio temor de perder poder con respecto a las empresas tecnológicas y a los propios usuarios, lo cual los ha llevado a impulsar más tecnologías de control y vigilancia.

Países como China y Rusia, preocupados también por el excesivo control de las empresas, pugnan por instaurar sus propios sistemas tecnofeudales. Estos países defienden soluciones de jardines vallados, en los cuales puedan tener una infraestructura de internet altamente controlada desde el Estado, y en algunos casos, incluso con altos niveles de censura y hasta de enclave con respecto a la World Wide Web. Estos se han amparado en el multilateralismo como una manera de resolver los grandes dilemas con respecto a la gestión del ciberespacio a nivel global.

Existen también las perspectivas no alineadas que se posicionan a favor de más regulación, pero no necesariamente más control del Estado. Entre ellas puede encontrarse la de algunas ONGs, movimientos activistas como el de Software Libre, entre otros. Estos pueden en algunos casos  abogar por perspectivas individualistas  con respecto a la defensa de la información, pero también asumen necesidades de normativa específica. Al respecto lo importante es generar garantías para que ni empresas ni gobiernos cometan abusos y amplíen las brechas de poder entre personas y el control sobre las tecnologías. Así, la regulación es necesaria y esta debe permitir un equilibrio entre la perspectiva estatista y la empresarial.

Entre un ultraliberalismo, quizás utópico y poco realista, y un estatismo más vigilante, el poder de las empresas de todos modos sigue creciendo. La sobreconcentración de capacidades tecnológicas y su acceso a los datos de todas las personas, es una situación que preocupa y que pone en riesgo varias convenciones con respecto a los Derechos Humanos y las libertades individuales. Elon Musk es sólo un síntoma de un mundo más tecnofeudal que, lejos de una mayor democracia, nos pone bajo la sola decisión y perspectiva de un puñado de personas. La pregunta es, ¿Cómo nos vamos a posicionar con respecto a eso?

Autor: Cristian León – Director Ejecutivo Fundación InternetBolivia.org